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Del miedo y la apatía en la Universidad Nacional

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«Habitamos un mundo gobernado por el miedo, el miedo manda, el poder come miedo, ¿qué sería del poder sin el miedo? Sin el miedo que el propio poder genera para perpetuarse».
Eduardo Galeano.

La cultura del terror reina en la Universidad Nacional de Colombia, un par de casos de robo en el presente año, exagerados mediáticamente, bastaron para que la administración aprovechara el papayaso y tomara la decisión de solicitar el carnet para ingresar a una universidad cada día más aislada de los problemas de la sociedad, una “universidad burbuja”, cuyos estudiantes atemorizados no tienen cabeza para pensar en nada más que en la seguridad de su celular o de pintar las paredes de blanco.

Hasta 1984 la Universidad Nacional era otra, una muy diferente a la de hoy en día, la diferencia es que esa universidad estaba llena de pueblo, tenía un carácter mucho más popular, en ella habitaban estudiantes de todas las latitudes del país, esto se debe a que la universidad estaba mejor financiada, brindaba mucho más apoyo y facilidades de acceso a jóvenes con pocos recursos, pero con muchas ganas de estudiar; con ganas de comprender el país, de poder mejorar su situación pero sobre todo la de su pueblo, eran jóvenes con proyectos, con sueños, con utopías de transformación social por las cuales muchos de ellos dieron su vida, algunos ese mismo año, el 16 de mayo, cuando en una protesta los estudiantes se pronunciaban contra los recortes en el bienestar universitario, contra el cierre de las residencias universitarias, pues eran ellas las que permitían que la universidad se pintara de todos los colores de país. Pero también contra el asesinado, la desaparición, la muerte, la tortura, que eran acompañantes cotidianos de la realidad colombiana, incluyendo a las instituciones que ante un régimen de injusticias alzaban la voz. En aquel 16 de mayo de 1984, los estudiantes rendían un homenaje a la vida, a la de Chucho León, estudiante de la UN, que había sido asesinado y torturado 7 días antes, a la de Luis Armando Muñoz, profesor, asesinado tan sólo un día antes de aquel sangriento 16 de mayo, a la de los hermanos San Juan y a la de tantos otros que cayeron defendiendo sus ideas, ese mitin por la vida terminó en una violenta toma del ejército y la policía a la universidad. Ese mitin, fue cegado por la muerte y sus escuadrones que se llevaron a la tumba aquella Universidad Nacional y muchos de sus estudiantes.

Después de un año de cierre en 1985 la nacho volvió a abrir sus puertas, pero esta ya no era la misma universidad, ya no había estudiantes de todas las regiones del país, ya no había residencias universitarias, ni comedor central -ni muchos otros servicios de bienestar universitario-, las matriculas subieron, el mecanismo de admisión cambió, la Nacional entró en un proceso de elitización que cada vez se profundizó  -y se profundiza más-. Los estudiantes de la nacho fueron cambiando, de esa universidad que caminaba de la mano con la gente del campo, con los obreros, con los indígenas y la clase popular en general lastimosamente, queda cada vez menos, incluso su memoria se quiere borrar de las paredes y espacios de la actual U.N.

Hoy en día, algunos sectores derechosos que camuflan su discurso en los diálogos de paz, quieren borrar de la memoria esa universidad crítica y propositiva, quieren que el debate en la U.N gire en torno a qué figura debe estar pintada en el León de Greiff o la “seguridad” del campus. Debates que si bien se tienen que dar, no pueden desplazar la centralidad de los asuntos que realmente tienen un impacto determinante en la universidad y la sociedad, parece que las nefastas  consecuencias de la reforma tributaria no sólo en la Universidad sino en la vida cotidiana del colombiano de a pie, o el limbo de los diálogos de paz y hasta los problemas internos de la U.N, como la crisis presupuestal y de infraestructura, el alza de las matriculas, o la mercantilización de la educación, pasan todos inadvertidos por el mayor centro académico del país.

Son estas oprobiosas situaciones, en las que la administración de Ignacio Mantilla, un rector impuesto a la comunidad por el CSU, compuesto en su mayoría por delegados del Ministerio de Educación Nacional y el Gobierno Nacional, ha comenzado a sacar provecho reforzando el esquema de securitización de la universidad, que ya ha dado bastante de que hablar (caso de los 13, el famoso supervisor de la empresa Servision “Centella”, Abusos sobre los chazeros, denuncias estudiantiles de complicidad entre la celaduría y los ladrones y/o jíbaros, entre muchos otros casos)

Los tiempos del postacuerdo ya comienzan a materializarse y sentirse en la Universidad Nacional. Mientras algunas estudiantes y la institucionalidad argumentan nuevos tiempos de reconciliación y “paz” llega con ello la pacificación por la fuerza de la comunidad estudiantil.

A comienzos del mes de Octubre se prolongó nuevamente la deplorable discusión de dejar la figura del Che o quitarla. Discusión en la que se centraba gran parte del estudiantado que curiosamente no construye activamente en el movimiento estudiantil, es decir, que son apáticas a los amplios espacios de discusión tanto en lo micro como en lo macro, o en pocas palabras, en los consejos estudiantiles o en asambleas de Sede.

Y es que nos parece deplorable cuando a unos pocos metros del auditorio León de Greiff se encuentra el edificio Escuela de Bellas Artes, en alto riesgo de colapsar. Sus estudiantes han tenido que evacuar el segundo piso, mientras trazan sus dibujos en la incertidumbre de ver caer –lo que será para muchos- su segundo hogar.

En el año 2012, se realizó un diagnóstico de la situación de la infraestructura en el campus, lo cual dio como resultado que de las 152 edificaciones, 21 representa riesgo de alta vulnerabilidad y cuatro de éstas amenazan con desplomarse (torre de Enfermería, la Escuela de Cine y Televisión, el estadio Alfonso López Pumarejo y la Escuela de Bellas Artes), eso sin contar que el edificio de Arquitectura fue demolido por riesgos similares en el segundo semestre del año 2014, dejando a cientos de estudiantes sin salones fijos.

¡Ah! Y ahora, se cayó nuevamente el techo en el edificio de Derecho y Ciencias Políticas. Pero claro, las discusiones y las indignaciones están enfocadas en el Che.

Como si fuese poco, la administración desde el pasado 26 de Octubre ha implementado un nuevo esquema de seguridad a la entrada del campus, violando totalmente la legitimidad de Universidad Pública, abierta y al servicio de todas y todos. Pero ojo, no le cierra las puertas a los jíbaros y paramilitares que andan por ahí en sectores de la universidad. Basta ver las “farras” que se organizan, -muchas veces- desde los expendedores de droga con mutua complicidad de los celadores y supervisores de la Universidad.

“Convivencia y seguridad”, son las principales banderas de la institución actualmente, gran payasada cuando el pésimo Bienestar Universitario va cada vez por los suelos y la infraestructura en condiciones indignas para la comunidad estudiantil.

Y ni hablar de la mercantilización de la academia, donde compañeras estudiantes lo ven como algo normal y hasta productivo, en un país donde el gran problema para las comunidades del campo y de las periferias de las ciudades son las empresas multinacionales y su economía extractiva.

Parece sorprendente, la mejor universidad del país en materia de investigación, se va alejando –preocupantemente- de las comunidades, procesos y movilizaciones populares que tanto tiempo la han alimentado con sus colores y sueños. Y así como lo hemos dicho un sinfín de veces, la Universidad Nacional de Colombia no es de la administración ni del mercado, es de las comunidades y de la dignidad.

Generar organización y lucha en tiempos de un postacuerdo es el gran reto: donde no se confunda la pacificación al movimiento popular, sino la construcción de una paz entre pueblos explotados y oprimidos.

Que el miedo no opaque nuestros sueños ni nuestras esperanzas de ver una universidad llena de pueblo, que tanto lo necesita.

¡Arriba las que luchan!
Grupo Estudiantil Anarquista

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